miércoles, agosto 10

sincericidio II

Empecé a tomar vino blanco apenas llegué a casa, a las dos de la tarde. Es en estos momentos donde entiendo mi naturaleza melancólica, además de asombrarme de lo desquiciada que estoy con tan sólo 21 años de edad. Las ganas de escribir me brotan del cuerpo, porque se que si no lo hago, el tiempo va a seguir pasando inútilmente.
Hartmann dice que la felicidad de una persona depende de su capacidad de adaptación. ¿Adaptación a la "realidad"? Si, creo que habla de eso.
Bueno, Hartmann, en estos tiempos fui la síntesis a tu teoría, un sujeto más para tu tesis, (aunque hubiese deseado ser parte de la antítesis).
Me doy bronca por la poca capacidad que tengo de unir las frases mientras escribo. Creo que se debe a la forma en la que pienso: pensamiento tras pensamiento, uno pisándose por encima del otro. Me cuesta ser coherente con la realidad porque no hay nada que me guste más que volar y sentirme libre.

No veo la hora de que sean las tres y media y que Celeste me toque el timbre. "¿Y si se olvidó que ayer me dijo que iba a venir?" Pienso mientras escribo. Bueno, en ese caso me tomaré un cuarto más de la botella y me iré a hacer otras cosas. No, no puedo escribir, me cuesta muchísimo. No puedo ordenar las ideas en mi cabeza. Bueno, está bien, no es que no puedo, no quiero. Aunque tampoco estoy segura de que no quiera, de hecho, pienso que uno debe reconocer sus propias limitaciones. Bueno, acá yo veo un bloqueo, un límite. 

"Salgo y voy" me escribió. "Gracias" le quise contestar, pero me abstuve, ya que originalmente la razón de la visita tenía que ver con su tristeza y no con la mía. Lamento la sinceridad, pero creo que yo la necesito más que ella a mí. Si ella viera el estado deplorable en el que me encuentro ahora, me daría un abrazo y me reprocharía el hecho de que yo esté tomando esta bebida a estas horas. Si, bueno, quizás ya no me engaño más y en mi soledad hago todas las cosas que no debo hacer cuando estoy acompañada.

Hace días que estoy escuchando Chavela Vargas. Hace días que lloro un poco y me vuelvo a recomponer. Hace meses que voy y vengo, como un barco que va y viene del puerto. La diferencia entre ese barco y yo, es que éste llega a destino cada vez que decide regresar, pero yo... yo me quedo naufragando días enteros en el medio del océano. Y este naufragio aparece siempre en la vuelta a casa, cuando me encuentro en el colectivo. Es por ésta razón que llevo un libro en la mochila, pero a veces no puedo evitar el malviaje. Y por eso vuelvo. Siempre vuelvo a esa puta pausa.
Quizás me olvide de respirar. Si, de seguro me olvido muchas cosas mientras estoy en ese estado vegetativo, similar al de una ameba. Porque además de ir y volver naufragando, me hundo en la culpa, en el miedo y en la nostalgia. Já, creo que no existe cóctel más venenoso para arruinarse la existencia en un dia de sol, o en un dia nublado. Dá lo mismo.

Vi mi reflejo en el espejo y pensé en cuanto tiempo faltará para que mi cutis pierda el estado que tiene actualmente. Hoy es muy suave, realmente muy bello. Pero si sigo tomando vino y fumando tabaco, ¿Cuánto tiempo faltará para que quedé arruinado?.
(Yo y mis maldita costumbre de mirar siempre al final del camino. No puedo con mi propia ansiedad).

Ya termino. Eso es lo que quiero. Y volveré, cuando mi angustia por existir sea tan grande que necesite canalizarla en una entrada de un blog, melancólico, pero mío.

Antes de irme debo decir que lo extraño, pero que por nada del mundo voy a hacer caso a mis impulsos, porque ya aprendí: no debo llamarlo. Y mientras busco en mi cabeza un repertorio de excusas para no querer estar a su lado, pienso "Él jamás entendió mi lado oscuro".

Y la triste verdad es que quizás nunca lo vaya a saber.

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