sábado, junio 22

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El ser implícito es un ser hijo de puta; casi tan hijo de puta como el individuo egoísta, tanto que merece la muerte. Yo deseo su muerte, muerte al ser implícito y que a cambio nazca la explicitud, porque sin ella no puedo amar. Mejor dicho, no puedo amarte.

Hace ya tantos años que perdiste la estrategia tan bella que tenías de hacerme ver el mundo, que cuando se asoma siento que vuelvo al lugar donde nací, me siento en casa. Me sentiría más en casa si mostraras algo más de vos, no solamente palabras que valen un millón de dólares, porque no somos así. Mostrame montañas de arena, animales largos, cortos y peludos que se mueven en la noche, decime qué es lo que pica y lo que lastima. Mostrame lo que me tengas que mostrar porque estoy un poco perdida; haceme ver que todavía soy chica, que los ratos de playa van a seguir estando, que vos vas a seguir estando.
Reíte un poco más de mis payasadas, abrazame un poco más, agarrame fuerte y revoleame como si pesara diez kilos menos. Dejame ser libre en el mar y divertite mirando como jugamos en las olas, divertite con tan solo mirarnos. Contame tus historias, una y otra vez, sentite contento de que yo me siento sorprendida de cuanto recorriste, de cuanto sabés. Quedémonos un tiempo más viendo como se pone el sol y cuando ya haga frío partimos. Levantanos a la mañana y hacé un berrinche. Durmamos un poco más y date cuenta cuando me levanto de tu pecho.
Inventá una máquina que vuelva al pasado.

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